El 30 de marzo de 1990, a pocos días de haber asumido como presidente democrático, don Patricio Aylwin Azócar, acompañado de su ministro de justicia, en un hecho sin precedentes, pronunciaba un discurso en la inauguración de la Convención Anual de Magistrados que se realizaba en Pucón.
Hijo de juez, hombre de Derecho, conocedor de la relevancia de la función jurisdiccional en un Estado democrático, no dudó ya adentrado su mandato, en señalar que en los tiempos oscuros de la dictadura a la magistratura chilena -salvo actuaciones limitadas y excepcionales-, le había faltado “coraje moral” para defender los derechos humanos avasallados. Un juicio tan duro como certero, que impuso -por la fuerza de la sentencia y el peso de los hechos- la aquiescencia general.
Imbuído de un profundo sentido histórico, de una decisión inquebrantable, asumió la responsabilidad de esclarecer la verdad de esas violaciones, pedir perdón a las víctimas a nombre del Estado y encausar la búsqueda de la justicia, creando condiciones para el enjuiciamiento de los responsables.
Esa tarde de marzo de 1990, Aylwin había escogido a la Asociación de Magistrados para comunicar que era indispensable reformar la estructura de la organización colonial de la magistratura para asegurar la independencia de la fundón judicial en la frágil democracia naciente, como era necesario también generar una escuela permanente encargada de la formación de los jueces. Sentaba así las bases de un proceso de modernización de la magistratura, desde una visión integral, nacida de su conocimiento cabal de la materia.
Comprometió y cumplió además un programa de mejoramiento económico para los jueces, sabedor de la importancia de una retribución justa asociada a la garantía de independencia de la función estatal, pues seguramente había dimensionado en carne propia la realidad que imponía la extrema austeridad que conllevaba en aquellos años, ser hijo de juez.
Hernán Correa de la Cerda, secretario de actas de la ANM, consignó los rasgos generales de la intervención del presidente Aylwin en un acta que puede consultarse y que determinó una buena parte del quehacer de los concurrentes a esa asamblea, y que resuena hasta nuestros días en la vida asociativa y de los jueces en general.
Esa tarde de marzo de 1990, cuando Aylwin irrumpió ovacionado en la Asamblea General de la Asociación de Magistrados iba erguido y sonriente.
Saludó con parsimonia y planteó con seguridad su visión del Poder Judicial que quería para Chile y por el que abogaría en esos tiempos de democracia frágil y de equilibrios complejos.
Llevaba sobre sus hombros una tarea histórica, que cumplió cabalmente, que el paso del tiempo se ha encargado de enaltecer y fijar en la memoria colectiva con agradecimiento.
Por ello la ANM estará en el funeral de Estado despidiendo al Presidente Aylwin.
El Presidente que a pocos días de asumir, decidió ir a conversar con los jueces de su Patria.